lunes, 18 de julio de 2016

Tiempo.

 


Hace algunas semanas me cuestionaba porque vivimos presionándonos sobre temas que a veces ni siquiera los consideramos dentro de nuestros pensamientos, a no ser que venga uno que otro a preguntarnos el porqué no hemos hecho esto, o porqué no pensamos en aquello  y con todo el derecho que nadie les ha otorgado, dicen: "Ya estas tarde, la vida pasa a prisa" convirtiendo al tiempo en nuestro implacable enemigo. Soberbios todos nosotros al pensar que él es nuestro, y que somos dueños de esta vida.

Vivimos con la locura de un mundo que dice estar cuerdo y  que nos invita a enloquecernos con tanta “medidera del tiempo”. Estamos lo suficiente locos para pensar que esta prisa es correcta, que esa ansia y anhelo de cumplir con todos los requerimientos de una sociedad que hemos delineado con tantos prejuicios es la vida misma y  que si no te sumerges siguiendo su cronograma, estas equivocado y “tarde”.

Somos ilógicamente conformes y aparentemente felices viviendo de la forma que nos ha trazado la sociedad de un mundo donde lo correcto es tener una edad para aprender a amar, hablar, escribir, caminar, estudiar, reproducirse y hasta morir.

Como mujer me auto critico recordando cuantas veces me he presionado por realizar sueños programados, a veces ajenos; por cumplir expectativas para complacer a seres amados, por querer reivindicar con un apresurado futuro a algunas personas importantes de mi vida.

Un recuerdo claro y triste de mi vida, por citar un ejemplo, es el haberme presionado por encontrar la solución a una pena, diciéndome que ya era "mucho tiempo" el que había llorado por el dolor que me causaba. ¿Realmente podemos hacernos esto? Sí podemos y lo hacemos.  Nos ponemos límites para sentir, para bien o para mal. 

No quiero decir con esto que debemos vivir en el pasado y estancarnos sin seguir adelante, pero cuantos de nosotros no hemos repetido en nuestra cabeza: “ya no más, es suficiente tiempo” y siguiendo el hilo de mi recuerdo, tuve a mi  corazón con una herida del porte del mundo, abierta, que dolía, pero preferí rellenarla con las palabras egoístas de mis pensamientos y con los consejos del todo aquel que pudo opinar sobre algo que ni sentía, pues según el manual del tiempo de la vida, ya había pasado suficiente tiempo. En lugar de enjuagar mi dolor con las lágrimas necesarias, las veces que necesitaba y darme la libertad  que mi corazón quería hasta que lograr cicatrizarla. (No es una reflexión masoquista lo que escribo, es una reflexión sobre como somos capaces de saltarnos el presente  por miedo a sentirlo y vivirlo).

A veces la vida no es como la queremos, pero evaporar el tiempo, tratarlo como algo que se consume, que se corta en pasado y futuro, obviando que existe un presente,  ponerle medida y manejarlo a nuestro gusto  es lo que debería considerarse una locura. Pero nadie va al manicomio si vive con la angustia de estar perdiendo el tiempo. Porque no habría manicomios suficientes para darnos posada.

Recuerdo haber leído a Ángeles Mastretta en uno de sus tan acertados escritos  referirse a una de las ocasiones en que su hermana Verónica, quién frecuentemente visitaba un manicomio en Puebla, llegó hasta su casa con un tesoro de unas de las mujeres que se encontraba recluida en aquel centro de salud. Cuenta Mastretta que era un pequeño pedazo de tela color marfil, en el que una supuesta loca bordó de perfecta manera: “No arruines el presente lamentándote por el pasado ni preocupándote por el futuro”. 

Hemos perdido la capacidad de amar y vivir nuestro presente,  de disfrutar de la simplicidad, belleza y  sencillez del mismo sin que nos atormente el reloj de nuestro futuro y los recuerdos de nuestro pasado. 

Hemos olvidado el gozo que encontraron y vivieron  nuestros  antepasados  en los largos, hermosos y hasta a veces dolorosos, sentimientos. En la radiante voluntad con que ellos supieron ser generosos con su tiempo al tener por ejemplo, deliciosas y extensas conversaciones con sus semejantes. Para ellos soñar despiertos, contemplar espacios, respirar y vivir el ocio; experimentar el sueño y el placer de tocar a los otros, sin medir las horas y tener que salir corriendo era lo que verdaderamente daba sentido a la vida. Ellos supieron que dar tiempo al tiempo siempre fue necesario.

Invadida de ese espíritu que a pocos en esta época les llena,  el gusto de disfrutar el tiempo que la vida me regala al contemplar  una y otra vez en mi mente lo absurdo de lo cotidiano y el hermoso sentimiento que experimento cuando la inspiración toca mi puerta, puedo decir que tengo el placer de “perder el tiempo” y detenerlo al plasmar en palabras lo que siento.  

Loca tan cuerda aquella mujer cuyo bordado me deja una hermosa reflexión: Pasamos la vida hablando del futuro como si dependiera unicamente de nosotros y vivimos ignorando el presente con el recuerdo del pasado.